Desde hace tiempo existen noticias de que las vacunas causan autismo. Si fuera verdad, sería algo muy preocupante pero, ¿es esto cierto?
Cuando Hannah Poling apenas tenía 19 meses recibió, como toda hija de vecino, una larga serie de vacunas: contra la difteria, el tétanos, la varicela, la polio, la meningitis, la rubeola, las paperas y el sarampión. Hasta ese momento era una niña juguetona, alegre y muy sociable. Sin embargo, dos días después, además de fiebre, estaba apática y muy alterada. A los diez días presentaba la irritación en la piel típica de la reacción a la vacuna de la varicela.
Su desarrollo neurológico y psicológico se fue quedando muy retrasado y meses después, los médicos diagnosticaron una encefalopatía causada por la falta de una proteína en sus mitocondrias. Los síntomas que presentaba coinciden con los del autismo: no habla correctamente, tiene problemas a la hora de comunicarse con los demás y su comportamiento no es normal. El tiempo de aparición de estos síntomas es habitual en este tipo de encefalopatías, pero también es lógico que los padres lo achacaran a las vacunas. De hecho, denunciaron al Department of Health and Human Services (algo así como el Ministerio de Sanidad de los Estados Unidos) y ganaron el caso.
Durante muchos años, las autoridades sanitarias han negado que las vacunas causen autismo, pero ahora la sentencia indicaba lo contrario. ¡Y todo esto estaba siendo aireado ante los millones de telespectadores de la CNN!
Durante la vista del llamado caso Poling, se presentó la hipótesis de que al vacunar contra demasiadas enfermedades, el sistema inmunitario se debilita y que ello pudo acelerar la aparición del autismo en Hannah. Sin embargo, los datos científicos que existen muestran que esto no es así, y que la defensa contra las infecciones de los vacunados funciona de manera similar a la de los no vacunados.
Así, ante la falta de evidencias científicas, parece claro que las vacunas, no sólo no causan autismo, si no que salvan vidas.
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